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Por Padre Jorge Yamil Morales
¡Jesús ha nacido, esta es la gran alegría! Esta noche no es como las demás. Es la más importante de todas. En ella nace en el mundo su Salvador. No podemos ver este momento como un simple recuerdo de un acontecimiento lejano, sino como un verdadero y nuevo nacimiento del Hijo de Dios. Es tiempo de celebrar porque Dios está vivo entre nosotros. Con el nacimiento de Jesús la fiesta ha comenzado. Todos estamos invitados. El primer paso para participar, es acercarse al pesebre y contemplar al niño Dios “envuelto en pañales” (Lc 2,12).
El primer capítulo del evangelio de San Juan podría parecernos algo sencillo o evidente. Sin embargo, es mucho más misterioso de lo que podamos imaginar. Este pasaje narra todo el misterio que hoy estamos celebrando: Dios hecho hombre que vive en la tierra. Este misterio nos permite gozar del Dios que se hace uno como nosotros. Este es el día en el que Dios ha regalado al mundo a su Hijo amado, a Jesucristo la “Palabra hecha carne” (Jn 1,14). Esta Palabra es el mismo Dios que sale a nuestro encuentro. Si creemos todo esto, no es porque sea fácil de entender, sino porque así la fe nos ha conducido a creer. Muchos han leído o escuchado hablar de estos textos bíblicos, pero no le han creído. Sin razón de justificarlos, es verdad, a la razón humana puede ser un absurdo que el Dios creador de todas las cosas se haya limitado a ser una de sus criaturas. Cuando no está presente la fe se hará imposible creer que Dios pueda ser a la misma vez un hombre. Por esto, aún cuando estemos conscientes de esta realidad, debemos pedir en este día el don de la fe para que Jesús vuelva a nacer de un modo nuevo en nuestros corazones.
Nuestra fe es fortalecida por las experiencias de vida. Estas experiencias nos las da a conocer Jesucristo: en su Palabra y en su Persona. Gracias a ellas no solo le conocemos a Él, sino también a su Padre: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Hoy de un modo muy particular se pone en evidencia esta verdad. La Navidad es el espacio que Dios regala al ser humano para poder conocerle, verle y escucharle desde muy cerca. Es el misterio de la presencia siempre nueva de Dios en el presente del ser humano.
El profeta Isaías nos dice: se está alegré porque “ven cara a cara al Señor” (Isa 7,8). Hasta este momento de la historia, habría sido incapaz imaginarse poder ver el rostro de Dios con los propios ojos. Es decir, antes de la plenitud de los tiempos ver el rostro de Dios suponía la muerte. Sin embargo, llegado este tiempo, o sea, en este día celebramos poder ver a Dios en el niño Jesús. Es realmente un milagro que el Dios todopoderoso y eterno naciera en este día de la historia como uno más en el pesebre de Belén. Por tal motivo, nos atrevemos a decir que en el día de Navidad celebramos el milagro de “la plenitud de los tiempos” (Ga 4,4).
Ahora podemos ver a Dios y no morir. El que vea y reconozca el rostro de Dios en la persona de Jesús tendrá vida: “Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado” (1 Jn 1,2). Hoy es un día de gran alegría, pero también debe ser de mucha fe. Sin la fe no será posible estar alegres porque nuestros propios ojos no podrían comprender todo este misterio. Pidamos al Señor los ojos de la fe para verle envuelto en pañales y así poder anunciar como el ángel de esta mañana: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,12).
¡Jesús ha nacido, esta es la gran alegría! Esta noche no es como las demás. Es la más importante de todas. En ella nace en el mundo su Salvador. No podemos ver este momento como un simple recuerdo de un acontecimiento lejano, sino como un verdadero y nuevo nacimiento del Hijo de Dios. Es tiempo de celebrar porque Dios está vivo entre nosotros. Con el nacimiento de Jesús la fiesta ha comenzado. Todos estamos invitados. El primer paso para participar, es acercarse al pesebre y contemplar al niño Dios “envuelto en pañales” (Lc 2,12).
El primer capítulo del evangelio de San Juan podría parecernos algo sencillo o evidente. Sin embargo, es mucho más misterioso de lo que podamos imaginar. Este pasaje narra todo el misterio que hoy estamos celebrando: Dios hecho hombre que vive en la tierra. Este misterio nos permite gozar del Dios que se hace uno como nosotros. Este es el día en el que Dios ha regalado al mundo a su Hijo amado, a Jesucristo la “Palabra hecha carne” (Jn 1,14). Esta Palabra es el mismo Dios que sale a nuestro encuentro. Si creemos todo esto, no es porque sea fácil de entender, sino porque así la fe nos ha conducido a creer. Muchos han leído o escuchado hablar de estos textos bíblicos, pero no le han creído. Sin razón de justificarlos, es verdad, a la razón humana puede ser un absurdo que el Dios creador de todas las cosas se haya limitado a ser una de sus criaturas. Cuando no está presente la fe se hará imposible creer que Dios pueda ser a la misma vez un hombre. Por esto, aún cuando estemos conscientes de esta realidad, debemos pedir en este día el don de la fe para que Jesús vuelva a nacer de un modo nuevo en nuestros corazones.
Nuestra fe es fortalecida por las experiencias de vida. Estas experiencias nos las da a conocer Jesucristo: en su Palabra y en su Persona. Gracias a ellas no solo le conocemos a Él, sino también a su Padre: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Hoy de un modo muy particular se pone en evidencia esta verdad. La Navidad es el espacio que Dios regala al ser humano para poder conocerle, verle y escucharle desde muy cerca. Es el misterio de la presencia siempre nueva de Dios en el presente del ser humano.
El profeta Isaías nos dice: se está alegré porque “ven cara a cara al Señor” (Isa 7,8). Hasta este momento de la historia, habría sido incapaz imaginarse poder ver el rostro de Dios con los propios ojos. Es decir, antes de la plenitud de los tiempos ver el rostro de Dios suponía la muerte. Sin embargo, llegado este tiempo, o sea, en este día celebramos poder ver a Dios en el niño Jesús. Es realmente un milagro que el Dios todopoderoso y eterno naciera en este día de la historia como uno más en el pesebre de Belén. Por tal motivo, nos atrevemos a decir que en el día de Navidad celebramos el milagro de “la plenitud de los tiempos” (Ga 4,4).
Ahora podemos ver a Dios y no morir. El que vea y reconozca el rostro de Dios en la persona de Jesús tendrá vida: “Porque la Vida se hizo visible, y nosotros la vimos y somos testigos, y les anunciamos la Vida eterna, que existía junto al Padre y que se nos ha manifestado” (1 Jn 1,2). Hoy es un día de gran alegría, pero también debe ser de mucha fe. Sin la fe no será posible estar alegres porque nuestros propios ojos no podrían comprender todo este misterio. Pidamos al Señor los ojos de la fe para verle envuelto en pañales y así poder anunciar como el ángel de esta mañana: “Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor” (Lc 2,12).
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